Los anfibios de Chile, únicos en el mundo
Actualmente conocemos más de 7.000 especies de anfibios alrededor del mundo. Este número supera largamente al número de especies de mamíferos, pero es pequeño si consideramos que 2,3 millones de especies de seres vivos han sido descritas hasta la fecha en nuestro planeta. Al pensar en esa cifra, no dejo de sorprenderme de la maravillosa capacidad que tiene la evolución para crear diversidad en nuestro hogar. Increíblemente, aun en el presente los investigadores descubren alrededor de 15.000 especies de seres vivos cada año. De esta forma, no es sorprendente que anualmente una docena de nuevas especies de anfibios sean descubiertas en diversas partes del planeta. El motivo por el cual tantas especies de anfibios permanecen aún ocultas al ser humano, es porque muchas de estas especies habitan áreas geográficas reducidas y remotas, las cuales son de difícil acceso aún en los tiempos modernos. Otras veces, las técnicas genéticas modernas, mucho más potentes y asequibles que hasta hace una o dos décadas atrás, han permitido reconocer especies nuevas desde animales ya conocidos o unificar especies que a simple vista parecían distintas. No es menos sorprendente el hecho de que muchas especies hayan pasado desapercibidas y desconocidas aun cuando estas habitan zonas altamente pobladas por el hombre.
La Hylorina sylvatica (rana esmeralda) es una especie de anfibio endémica del bosque templado austral (Chile y Argentina), de mediano tamaño y hermosa coloración verde brillante. Ilustración: Soledad Delgado (ONG Ranita de Darwin).
Como un ejemplo local, entre los años 2011 y 2015 un grupo de científicos chilenos liderado por el herpetólogo nacional Andrés Charrier descubrió una nueva especie de anfibio que vive en la cordillera de la costa de la región Metropolitana (cordón montañoso conocido como ‘Altos de Cantillana’). Esta especie pertenece al género Alsodes y por su lugar de procedencia la nombraron Alsodes cantillanesis. Las especies del género Alsodes son conocidas vulgarmente como sapos de pecho espinoso, debido a que los machos tienen unos parches con espinas en su pecho, los que utilizan para sujetarse a la hembra durante el amplexo o abrazo nupcial (nombre que recibe la cópula en los anfibios, debido a que efectivamente el macho “abraza” a la hembra). Los Alsodes también han recibido históricamente el nombre común de sapo arriero o sapo Popeye, especialmente la especie que habita la zona central de Chile, el Alsodes nodosus. Este nombre se debe a que los machos tienen unos brazos muy gruesos, similares a los que adquiría Popeye luego engullir un tarro de espinacas. El Alsodes cantillanesis habita los bosques de roble de Santiago, cuyo nombre científico es Nothofagus macrocarpa. Este árbol es una hermosa haya austral que aún puebla, aunque de manera escasa, la cordillera de Altos de Cantillana. Este tramo de la cordillera de la costa central se encuentra inmerso en una de las zonas más degradadas de Chile debido al desarrollo urbano, la agricultura, las plantaciones forestales y la actividad minera, entre otras razones.
En Chile actualmente conocemos 63 especies de anfibios. En nuestro país solo habitan las ranas y los sapos, no tenemos salamandras (anfibios con cola) ni cecilias (anfibios sin patas). Si bien este número es bajo en comparación con la gran cantidad de especies que viven en países tropicales como Colombia o Ecuador, el endemismo de especies de anfibios en Chile alcanza el 72%. Esto quiere decir que el 72% de las especies de anfibios chilenos no se encuentra en ninguna otra parte del mundo. Otro 18% de las especies vive en Chile y marginalmente en una pequeña franja de los andes Argentinos. Si incorporáramos estas especies en nuestro cálculo de endemismo, considerando que son especies que tienen la mayor parte de su distribución en nuestro país, un increíble 90% de las especies chilenas serían endémicas.
Las primeras descripciones científicas de algunos anfibios chilenos surgieron desde los ejemplares colectados por Charles Darwin en su viaje por el país durante la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, los anfibios han formado parte de la cultura y cosmovisión de numerosos pueblos que habitaban américa miles de años antes de la llegada de los españoles. El pueblo Mapuche por su parte también tenía y tiene nombre para algunas especies de ranas como el arunko (sapo de rulo, que habita la zona central de Chile) o la rana grande Chilena (que habita gran parte del país). A su vez, la rana grande Chilena ha estado fuertemente presente en la cultura criolla nacional, al menos durante el siglo recién pasado. Al ser una especie de gran tamaño donde los adultos pueden llegar a medir más de 30 cm y pesar unos pocos kilos, era común en el campo -y lo sigue siendo en algunas zonas, aunque ilegal en la actualidad- la captura de estas ranas para el consumo de su carne. Además, se creía popularmente que estas ranas limpiaban el agua de los pozos, y por este motivo eran dejadas deliberadamente en norias y otras construcciones utilizadas para almacenar agua de bebida. Esta creencia pudo haber nacido por la susceptibilidad de los anfibios a los tóxicos, de esta forma si el agua del pozo se encontraba contaminada, es muy probable que estos animales murieran rápidamente, previniendo a los humanos de ingerir el agua en mal estado.
El Eupsophus emiliopugini es una rana de mediano tamaño, habitante común de los bosques y zonas húmedas de Chiloé y otras zonas del sur de Chile. Fotografía: Andrés Valenzuela (ONG Ranita de Darwin).
Otras especies de ranas chilenas son muy comunes y es muy probable que todos recuerden haber visto una o haber escuchado hablar de otra. Los renacuajos o guarisapos del sapito de cuatro ojos (Pleurodema thaul) son muy comunes y abundantes en el norte, centro y sur del país. Muchos de nosotros podemos haberlos visto o jugado con ellos durante nuestra infancia. Son pequeños animalitos de color oscuro, con una cabeza y una cola, y que nadan libremente en pozas y riachuelos. Los machos adultos de esta especie cantan en grandes coros a las orillas de los cuerpos de agua, produciendo un estruendoso sonido metálico, como si se tratase del ringtone de un teléfono celular. Es común que comiencen a cantar luego de las primeras lluvias, extendiéndose este característico coro hacia los meses de primavera o verano, dependiendo de la zona. El sapito de cuatro ojos tiene varias características interesantes. Se le denomina con este nombre debido a que posee unas glándulas en la zona de la ingle que asemejan un par adicional de ojos. Este par de ojos falsos lo hace parecer como si tuviera una segunda cabeza en la parte posterior del cuerpo. Como modo de defensa, estos animalitos adquieren una posición “deimática” en donde levantan la zona posterior, mostrando esta falsa cabeza, lo que debe ahuyentar o desorientar a sus depredadores. Llama la atención también que estos animales tienen la capacidad de enterrarse más de un metro bajo la tierra, especialmente en los meses secos de verano y otoño en la zona centro y norte del país. Es común que estos sapitos escarben hasta la zona donde la tierra se encuentra más húmeda, de esta forma evitando la desecación durante los meses más secos del año.
Los huevos de Rhinoderma darwinii (ranita de Darwin) son puestos en el sustrato humedo, cuando los renacuajos comienzen a moverse serán incorporados en el saco vocal del macho, donde terminarán su desarrollo hasta metamorfosear en pequeñas ranitas con cuatro patas. Fotografía: Andrés Valenzuela (ONG Ranita de Darwin).
Es de creencia popular que los anfibios solo viven en zonas inundadas o humedales. Sin embargo, al menos dos especies de anfibios chilenos serían totalmente terrestres: la ranita de Darwin y el recientemente descubierto Eupsophus altor. El Eupsophus altor tiene renacuajos que se desarrollan completamente (hasta convertirse en ranitas) sobre el sustrato húmedo, sin requerir de un cuerpo de agua ni de alimentación adicional para cumplir con esta labor. Los anfibios de Chile son únicos, con una historia evolutiva caracterizada por el aislamiento geográfico del resto del mundo que ha durado por milenios, llevando a la aparición de adaptaciones increíbles. En Chile viven las únicas especies de anfibios que crían a sus hijos en la boca o saco vocal (ranita de Darwin y sapito vaquero), también tenemos especies que son fósiles vivientes con renacuajos que poseen ventosas para adherirse a los torrentosos ríos donde viven (sapos montanos del género Telmatobufo), ranas acuáticas que viven en cortísimos riachuelos (a veces de tan solo unos cientos de metros), a grandes alturas y en el desierto más árido del mundo (ranas del género Telmatobious), sapos adaptados a la inclemente vida montañosa de la cordillera de los Andes (Rhinella spinulosa) y una de las ranas más grande del mundo (rana grande chilena). El altísimo número de especies únicas, junto con el gran número de amenazas que las aquejan, contrasta con nuestro escaso conocimiento y nos insiste una vez más cuan imperativo es nuestro deber de proteger esta increíble fuente de biodiversidad nativa.